En la oscuridad mesiánica de su escondite rehuyó las luces que atravesaban el techo: la luna ingrata traicionaba el objetivo humano. Luego de encontrar el sitio, el silencio aconteció, su mirada se congeló, a la par que descendía hasta sentarse sobre el piso, miraba hacía el exterior el terror que le acechaba. Sombras mezquinas, nerviosas e intranquilas añoran hacerse con su desconocida persona. El crujir de sus pies en la hojarasca le impacienta, mira a sus celadores una vez más: han desaparecido. Un ruido se asoma por la puerta principal. La noche es fría. Él se intenta esconder nuevamente, pero ahora al interior de la credenza. Aguanta la respiración. Cruzan la puerta.
Fuente: Tama66, diciembre 27, 2018
Julian Bosch